Estaba parada frente al espejo del hotel, desnuda. Con su
pelo negro apenas por los hombros. La espalda tatuada se reflejaba eterna y hermosa.Su flequillo perfectamente simétrico sobre
su cara de princesa le recordaba a las mujeres de los años cincuenta. Le
faltaba solo un sombrero que marcará su actitud, tan maravillosamente
masculina. Pensó él.
-¿Te gustan mis tetas? Preguntó, contorneando el pecho como
bailarina de contemporáneo.
Y entonces él supo, que era la mujer de su vida.
Se prendió un cigarrillo mientras cruzaba los brazos debajo
de su pelo corto. Tirado en la cama con sus ojos de halcón acariciaba su largo
cuello esbelto, su vientre, sus caderas tan gloriosas. Las mismas que hace unos
minutos lo habían abstraído del tedio. Ella podía sentir como su mirada y su
lengua le atravesaban las piernas. Sudaban sin tocarse. Y entonces a él le sonó
el celular. Su postura cambio
completamente, volvió el gesto serio, las miradas hacia los costados. Y ella lo supó. Supo
que la vida de él nunca sería de ella.
La levedad del encuentro, tiene su peso, pensó ella mientras
se vestía.
Sofía Gómez Pisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario