Recuerdo en invierno los guisos de la abuela. El vapor que
brotaba de sus platos hondos. Una mesa que en la punta escondía la sonrisa de
mi abuelo.
Después de comer
salíamos al patio trasero con mis hermanas y ellos. Cada una agarraba una
reposera en la que iba a sentarse. Para nuestros pequeños cuerpos abrirlas era
una aventura.
Mi hermana Laura tenía un flequillo muy cortito y sus piernas estaban
marcadas por su inquietud y por las hormigas que tenía en el cuerpo, según el
abuelo. Ella subía y bajaba del árbol sin parar, le quitaba la boina al viejo,
se la ponía y se escondía para que la busquemos. La muy tonta se escondía
siempre debajo de la cama de ellos, se reía sin parar y los cachetes se le
ponían colorados su cara parecía una tomate.
Eugenia, mi otra
hermana, consideraba que después de nuestro almuerzo debía alimentar a sus hijitos, que eran sus muñecas. Cocinaba
la comidita en un rincón, buscaba
tierra, pasto. La mezclaba con agua y les daba de comer a sus muñecas. Mi
abuela solía gritarle que dejará el juego porque veía a lo lejos que estaba
llena de barro. Ella debía tenernos bañadas y perfumadas para la noche, para recibiéramos
a mamá, que venía a buscarnos después del trabajo.
Crecí y me fui alejando
de ese patio verde de fines de los ´90 y principios del 2000. También me alejé
de los guisos y me acerqué a las comidas
sin identidad, por ejemplo: las hamburguesas.
Todos crecimos. Mi
abuelo creció tanto que murió y mi abuela enloqueció. Laura ahora sólo corre el
colectivo para ir a la facultad y Eugenia cocina ricas comiditas con verduras y carnes, gracias a Dios, no recuerda las
recetas de barro y gusanos.
Hay amigos que dicen, que
ser niño no estuvo bien. Siento orgullo por mis días entre los brazos grandes con
manchas marrones de mi abuela y de las
cara de cuco que nos hacia mi abuelo.
Existe una ola que nos
arrasa, algunos la llaman melancolía. Ésta me lleva por delante cuando escucho Conversando
con la noche y el viento de Serrat, siento que me pellizca el corazón. Es una
canción vieja, que descubrí hace algunos años. Ella sobrevivirá a todas las
épocas, por su sencillez y calidez.
Cuando necesito volver
al pasado porque al presente no lo entiendo, siempre regreso al mismo lugar. Al
patio de los abuelos, que nos vio crecer a mis hermanas y a mí.
Me detengo un ratito
ahí, miro mi cuerpo y todo me parece chico. Dimensiono el espacio y me
sorprende como todo era un mundo gigante.
Dejo de pensar tanto
los detalles, subo el volumen de la canción. Silbo la melodía y mi abuelo
aparece, besa mi frente y sonríe. Me tira las orejas porque todavía no aprendí
a silbar.
El abuelo Filemón, se
fue hace unos años. Ya no recuerdo su voz pero cuando escucho a al español de
voz suave cantar, me gusta creer que es el viejo de bastón y boina que me crio
el que canta.
Muy profundo el texto. Breve, pero lleno de verdades, y es que todo el tiempo volvemos al pasado en nuestra mente ... como añorando algo que nunca volverá y el hecho de saberlo nos hace añorarlo más.
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