lunes, 27 de octubre de 2014

Mancha blanca

"En el fondo estamos solos en un desierto de gente, pero hay que ser muy valiente, apretar los dientes a la soledad"



Le cuesta escribir “Feliz cumple Lauri” y se limita sentir. Cada año vuelve a lo mismo. Saludar al hijo de su hermano suicida es doloroso, mira los ojos del pibe y quiere llorar. Aguanta con un nudo que le sostiene el llanto. Su hija le besa la frente. Parece que él quiere decir algo, pero abre la boca y renuncia.
El perro le pide atención, quiere jugar. Él camina a su habitación y lo corre del camino.
La casa que esta llena de personas y recuerdos. En su cabeza seguro guarda más y en su corazón también debe tener como un álbum de fotografías con ruidos que le recuerdan la risa de su hermano.
No entiende cómo pasó. Recordó que hubo dos avisos, hasta que la valentía le ganó y finalmente sucedió. Fue en el “Día del Amigo”, no dejó carta pero si un mensaje.
Piensa en el Monumental, en la camiseta de River Plate y cómo le quedaba. Lamenta que no estuvo llorando a su lado, cuando se fueron al descenso ese domingo de Junio del 2011.
Laureano seguro pensó en su papá, dijo en voz alta en la habitación fresca y blanca.
Se tocó el pecho porque sintió un apretón. Era la angustia que estaba pidiendo salir pero él seguía fuerte, como los hinchas que bancaron al equipo en todo el viaje en la B Nacional mientras los de Boca le cantaban “RiBer decime que se siente”.
Mañana cuando se levante para ir a trabajar y vaya camino a la estación de tren espiará de lejos, la casa de su hermano, que muchas veces mira sin mirar. 

En una de las paredes de la casa, hoy alquilada a una familia desconocida, hay una mancha blanca que hizo él mismo. Debajo de la pintura había un mensaje de su hermano, qué escribió meses antes de morir. A veces no sabe si siente culpa de haberlo hecho o todo lo contrario, pero sobrevive. Y si uno le pregunta finge no recordar que decía.
Quizás esa mancha sea la voz que ya no está y que le dice “Prometeme que vas a cuidar a mi hijo, si me llega a pasar algo”. 


Berenice

jueves, 23 de octubre de 2014

Perspectivas

—Cada vez que hablás de ella, hablás diferente— me dice casi sin quererlo.

—Fueron muchos años—contesto.

Después apoyo el vaso de whiskey caliente sobre la mesa del jardín de invierno y me pierdo en el horizonte que me regala la ventana de horizontes siempre enmarcados—. En el edificio del frente, una chica de ojos tristes me devuelve la mirada, y desde alguna habitación oculta y lejana, alcanza a ver toda mi vida



                                                     [desde el otro lado].

miércoles, 22 de octubre de 2014

Rio Quilpo


"Este es el fin/hermoso amigo/este es el fin/mi único amigo, el fin/de nuestros elaborados planes, el fin/de todo lo que permanece, el fin/sin seguridad o sorpresa, el fin/nunca miraré en tus ojos...otra vez"


Primera noche de calor. Los grillos cantan, respetan un tiempo en el que suenan todos juntos, después sigue uno, para otro. Retoman el canto y así.
Hace dos noches que no salgo de mi habitación, igual que ellos en la noche vivo. ¿Y durante el día que pasa conmigo? Es difícil saberlo. Algunos dicen que salgo de acá, otros que hace rato no me ven.
El año pasado a esta altura se acercó Julián. Lo recuerdo por el tipo de  calor en la noche y por como el día, parecía post navidad o año nuevo. Me había traído tarta de limón. Estuvimos en el parque charlando y me contó que la novia estaba embarazada. Yo me había puesto contenta, lo abracé y felicité. Ellos habían perdido un bebé cuando recién empezaron a salir y me parecía justo que tuvieran otra oportunidad.
Fuimos novios en la secundaria. Salimos poco tiempo, éramos chicos y no sabíamos nada. Julián siempre fue el más lindo en todos lados. Tenía el pelo algo largo y un poco desprolijo, barba y una sonrisa que dejaba en el camino a cualquiera. Yo era alta, tenía el pelo largo, usaba muchos vestidos floreados y con bastante vuelo. Me gustaba girar sobre un punto y hacerlo hasta marearme para terminar en el piso. Los dos usábamos perfume francés.
 Su madre y mi padre eran amigos de la infancia, nosotros creímos siempre, que entre ellos hubo o había algo. Una historia de amor no podía ser, jugábamos, pero nunca averiguamos bien. En el fondo no queríamos enterarnos porque si así era no podríamos estar juntos. No era lo más conveniente por eso decidimos no saber de más.
Julián siguió dándome buenas noticias. Hablaba de muchas cosas mientras yo comía la tercera porción de tarta. Me dijo que compró una casita en un pueblo; San Marcos Sierra en la provincia de Córdoba. Habíamos viajado una vez allá juntos, cuando éramos novios. La casa estaba a pocos kilómetros del Rio Quilpo. Él tenía una 4x4, imagino que con ella por allí no tendría problemas para ir y venir del pueblo al río que estaba algo lejos.
En el Quilpo, pasamos nuestras primeras y últimas vacaciones. Estuvimos cinco días al lado del rio, sin nada. Al principio estábamos emocionados, me acuerdo que una noche, me desperté, salí de la carpa y vi tanta luz que me asusté. Me preguntaba cómo podría estar todo iluminado si no teníamos electricidad. Cuando levanté la cabeza, miré al cielo y vi todo el universo. Nada más imposible que describir ese cielo, que no era solo nubes, se veían las manchas de la vía láctea, las estrellas que ardían y parecía que se peleaban entre sí para ver quién brillaba más. La luna era inmensa. Abrí la boca y grite: ¡¡¡Julián, vení rápido, dale!!!!
Salió rápido de la carpa, pensó qué me había picado algún bicho, cuando vio que yo estaba bien, dejó pasar un suspiro y se quedó boquiabierto. Él entendió rápido que toda esa luz en el medio de los árboles y la tierra, venía del mismo cielo que hace unas horas atrás solo fue celeste y naranja.
Nos abrazamos con fuerza, lloramos de alegría. Nadie podría ver y sentir todo lo que vivimos con la mejor de las imaginaciones. Aunque quizás ya lo habían vivido otros. Para nosotros, que éramos unos pibes de ciudad, fue aplastante.
Esa noche hicimos el amor bajo ese cielo. No quisimos perdernos nada de todo lo que podría ocurrir allí. Amanecimos viendo como la luna desaparecía entre las sierras.
Le recordé a Julián esa noche. Me abrazó y me dijo al oído que eso fue hermoso. Que agradecía haberlo compartido conmigo. Sentí en su abrazo, algo de lastima por mi.
Dejé pasar mis sensaciones y le pregunté si iban a esperar que naciera el bebé para instalarse allá. Me dijo que, querían que naciera en tierra cordobesa. Acá en la ciudad no tenían más familia, se habían muerto todos. Solo estás vos, me dijo. Estaba cansado del ruido, la gente y el asfalto.
Le respondí con una sonrisa; estaba bien que se fuera. Todos se van de acá para allá, la gente está inquieta. No saben lo que quieren en verdad. Una chica de acá me dijo hace unos meses, que también se quería ir al campo pero no tenía con quien, me había invitado pero no acepte. Ni loca, voy con ella a ningún lado y menos al campo, y si me llegara a pasar algo, ¿para dónde corro?
Julián no había probado la tarta, solo hablo de él, cada tanto me daba me tomaba la mano, se había ido sin probar bocado. Me prometió volver antes de irse. Le dije que esperaría con ganas su próxima visita.
Cuando viene, siento un montón de cosas. Y cuando se va no. Me acostumbré con el tiempo.
 Al principio, lloraba como cuando mi mamá me dejaba en casa de mis abuelos a las 5am. Ella me sacaba dormida de la cama y entre frazadas me llevaba en brazos a la casa de ellos. En cuanto me acomodaba en la cama de mi tía, yo me despertaba  llorando a los gritos desconsoladamente pidiéndole que no me abandonara. Esas palabras me acompañaron toda la vida. Aunque hoy las recuerdo menos que ayer.
Aprendí a disfrutar más las bienvenidas que las despedidas, a soltarlas rápido para no extrañar.
La de al lado, otra vez grita. Me levanto y golpeo la pared, pidiéndole un poco de calma. No para y yo no me puedo poner nerviosa a esta altura. Vuelvo a concentrarme en el cantar de los grillos, siguen ahí. Me pregunto si no podrán ser ranas o sapos, los que acompañen a la orquesta.
Hace seis años que los insectos son mi compañía. Hasta con las cucarachas entable una relación.
Cuando llegué, los primeros días dormí bien; el cansancio fue responsable. Después  desapareció y empecé con problemas de insomnio. La primera noche fue dura y en cuanto logré cerrar los ojos más de treinta segundos sin miedo y con sueño, sentí un pinchazo en la panza. Me moví de un lado a otro de la cama, hice mucho ruido. Tenía una cucaracha picándome la carne.
La corrí rápido, cayó al piso del lado que no hay pared, me acerqué y la mate. Le pegué muchas veces, le dije cosas horribles, insistí hasta que la vi y ya estaba destrozada, toda rota y seca. No sé cuánto tiempo estuve haciendo eso, supongo que bastante.
Por los ruidos se acercaron las enfermeras, me sacaron de la mano izquierda, la zapatilla con la que maté a la cucaracha. Me contuvieron, estaba muy nerviosa y asustada por mi comportamiento. Hace bastante que no reaccionaba así y menos con un bicho.
Nunca antes había matado a un insecto. Mamá siempre dijo que nunca lo hiciera, porque ellas tampoco me quitarían la vida, si pudieran. ¿Cómo iba a sacarles la vida?
Crecí sin quitarle la vida a nada, mientras mis amigas si lo hacían. Carla tenía una obsesión con las hormigas. Pasaba toda la tarde después del colegio en el patio, tirada en el pasto viendo el comportamiento de ellas. Se acostaba boca abajo y las aplastaba con el dedo índice de la mano derecha. Una vez hablamos y le pregunté porque lo hacía. Me respondió que no sabía porque solo le gustaba el poder. Saber que podía hacerlo y solo lo hacía.
Pasó un año. Julián no volvió de la última vez, supongo que se olvidó de visitar a la única persona que le quedaba en la ciudad. No lo culpo…
Imagino que el bebe debe tener unos meses, casi un año. No recuerdo bien las fechas, siempre fui así. Pienso en él, en su bienvenida…me alegra que esté allá, ojalá crezca sin la necesidad de que sus padres lo dejen desde temprano en casa de sus abuelos, llorando y pidiendo no estar ahí. Me tranquiliza que cuando sea un poco más grande, tenga el Rio Quilpo cerca para vivir sus propias aventuras y ver por si mismo, el mismo cielo que alguna vez, hizo muy feliz a muchas personas, una de ellas, yo.



Berenice



jueves, 16 de octubre de 2014

Primera cena

Aurelia se sentó a cenar con uno de los espíritus que viven en su mansión. No les tiene miedo, los conoce desde que era joven. Preparó la mesa, la vistió con un mantel de encaje blanco y puso en el centro un copón con jazmines. Sirvió dos copas de vino, a sus espíritus les gusta beber, y puso dos platos y juegos de cubiertos, pero sólo el suyo llenó con comida, los espíritus no comen.
Conversaron de lo lindos que se estaban poniendo los rosales en el jardín; de que Julieta, la única sobrina que a veces los visitaba, no había vuelto más desde aquella vez que se asustó de la presencia de los espectros en la habitación; y de almas en pena que apagan los faroles de las calles en verano.
Cuando se terminó el vino, Aurelia se despidió del espíritu y le prometió preparar otra cena dentro de poco. Pero en vez de desvanecerse o filtrarse por una rendija entre las maderas del suelo, como solía hacer, el espectro se quedó mirandola a los ojos. Y le brillaban. No tenían la transparencia indiferente de otras visitas, sino una nueva materialidad.
— Ay, no vas a decirme que después de tanto tiempo, te estás volviendo real.
— Real ya soy, Aurelia. Lo que no estoy es vivo. — Le respondió el espectro, y para su sorpresa le rozó el brazo con el dorso de los dedos, y ella lo pudo sentir. 
— ¿En qué te estás convirtiendo? ¿Qué es lo que te está pasando? 
— A mi nada, Aurelia.... Julieta no dejó de venir porque la hayamos asustado. 

Si Julieta había dejado de ir, era porque no quedaba en esa casa nadie vivo para visitar. 

Tamara

lunes, 13 de octubre de 2014

Luisa


“Dos iguales no existen, salvo que…

No importa, no existen”


Todos se despidieron con un beso en la mejilla izquierda por una cuestión de “comodidad”. Ella se acercó a él, le dio un abrazo y él se dejó. Como si fueran conocidos desde hace mucho tiempo se apretaron y despidieron también con un beso en la mejilla. 
Los caminos se abrieron para todos. 
El cielo estaba nublado pero el sol fuerte como un león que rugía rayos de sol. La ciudad calurosa con la humedad que la caracteriza y el asfalto caliente, movieron los pies de Luisa hasta la parada de colectivos. Para ello, debió cruzar dos calles y esperar bajo un techo oxidado.


Tenía una sonrisa pegada con abrazo en su rostro.

Unos días antes, ellos hablaron de una película, él se la recomendó. Ella la vio, le gustó, lloró y recordó algunas de las palabras que repetía él; que ahora entendía de donde venían y que sentido tenían.

Luisa, señalizó al colectivero para que se detuviera, cuando movió el cuerpo para levantar el brazo derecho sintió que algo estaba por caer de allí, revisó su mochila pero estaba sostenida en el frente; debió ser solo una tonta impresión que la distrajo diez segundos, en los que, la señora que estaba detrás de ella en la fila, subió primero. Respiró profundo y subió tras ella. Solía indignarse largo tiempo por actitudes como estas.

Apoyó la cabeza sobre el marco de la ventanilla, abrió todo lo que pudo, para que todo el aire entrara. Buscó en su mochila los auriculares, eligió el disco Grandes Éxitos de Ella Fitzgerald  y el volumen apropiado para viajar y cerrar los ojos.

La sensación de subir a esa autopista siempre fue para ella algo sensacional. Había algo más. Sintió entre sus brazos algo pesado pero delicado como el cristal. Llevaba consigo el abrazo que se habían  dado con él un rato antes. 
Se preguntaba si solo se lo había dado y nada más, o si se lo había robado. Dudo tanto hasta que pudo entender, que solo lo tenía con ella y que debía aprovecharlo. Todos saben que en estos tiempos, los abrazos quedan pendientes como los viajes y varias cosas de la vida moderna.

El cielo se había despejado parcialmente. Por la autopista a mucha velocidad; Luisa se animó a seguir, cerró los ojos y pensó que quizás era el abrazo que tenía en sus brazos una excusa para sacarlo a pasear y que éste sin saber cómo, volvería a casa.
Sol, viento fuerte, boca cerrada, nariz escondida y ella que sentía que tanto aire iba a matarla. A través de sus ojos como un caleidoscopio, un rayo de sol jugaba y ella veía manchas, figuras diminutas, extrañas e inquietas. Por momentos el fondo era rojo infierno y las “cosas” negras, por otros negro y las rarezas grises. También variaban con el naranja: todos estos colores y formas que dependían de la intensidad de la luz del sol.

El colectivo bajó la velocidad, cambió el camino, salieron de la autopista. Ella estuvo todo ese tiempo, abrazada al abrazo que sin querer sacó a pasear. 
Abrió los ojos, una nube negra se lo llevó. Luisa sin ninguna advertencia, quedó sola pero no triste. Quedaba más viaje pero ya no habría más autopista, ni sol.
Suspiró, dejó la ventana igual, volvió a cerrar los ojos y durmió el último tramo abrazada a su mochila.


Berenice


martes, 7 de octubre de 2014

Punto de vista

Dice un señor por celular: 
—Recién estamos saliendo de Chacarita. 
 Sí, sí, los voy a acompañar.
Claro, coman, voy a llegar tarde. — 
 Lo escucho desde el balcón, mientras fumo un cigarrillo. El señor está abajo, en el patio vecino, en una casa de Morón. 
 —¿Todo bien? le pregunta alguien desde la casa. Él asiente con la cabeza, corta y se mete adentro. Sí, seguramente va a llegar tarde.

Tamara