El otoño ya casi tocaba las puertas del año. Los árboles envejecían, los sacos eran sacudidos y comenzaban a ser combinados con jeans y remeras, los pocos vestigios del bronceado iban desapareciendo de los cuerpos, al menos de los menos expuestos, como los nuestros.
Los cines volvían a engalanarse de gente, las heladerías iban vaciándose con una canción de Ismael Serrano como banda sonora.
Y la tristeza, que dejaba el anhelo de la primavera teñía los rostros de una palidez bestiaría, con aroma a café y a colillas.
La ciudad comenzaba a vestirse de gris, mostrando su verdadera cara. Todas las rutinas se retomaban paralelamente, todos los relojes iban acomodando letalmente sus agujas. Las ojotas suspiraban celosas ante la presencia cruda de las botas, los labios se secaban como hojas arrojadas al viento, los ancianos sacudían sus boinas. Y la estación de la soledad como un cáncer infernal, carcomía sin piedad millones de sensibles corazones, sí, como los nuestros.
Sofía Gómez Pisa.
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