Hace una semana que con Daniela era todo puros emoticones y monosílabos.
El ícono del whatsapp ya no tenía por
qué ser buena noticia, era más un monólogo que le demostraba sus ganas de remar
donde no había agua.
Guardó el celular en la mochila y levantó la vista por primera vez en
veinte minutos. Menos mal, la vio ahí, en esos asientos que están dados vuelta
y te dan ganas de vomitar si desayunaste recién, donde siempre hay que evitar
sentarse para no tener que ceder el asiento después. Y ahí la vio, pelo castaño
por los hombros, flequillo perfecto, pestañas con rimmel y camisa clara semi
abierta ¿Escote? Sí, valía la pena el escote. No podía ver si tenía zapatitos
pero seguro que sí, seguro que le hacían juego con la cartera negra de marca
que tenía sobre las piernas. Mirame, mirame. No. Miraba por la
ventanilla como pensando en algo poco importante. Mirame, mirame. No. Se levantó a darle
el asiento a una vieja con cara de vinagre. Mirame, mirame. No. Se paró al lado
de la vieja, miró el reloj y después al fondo del bondi. Vio a una chica de
pelo largo y remera de Muse que la estaba mirando.
Rocío
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