El hombrecito aterrador tiene bigotes importados de otra época y una memoria de las que ahora tienen solamente los discos rígidos. Se está quedando pelado, se viste de traje y tiene un maletín lleno de posibilidades. Asusta o causa gracia, dependiendo cuánto sepa cada uno acerca del contenido de esa valija, y cuán comprometido esté su nombre con esos papeles. Podría ser un capo mafioso o un detective, pero es una piecita de burocracia que vaga descolocada en un ambiente polvoriento. Se acuerda de mí y de cosas que dije y olvidé. Tiene entre sus papeles uno con mi firma, que dice puras formalidades, pero dice entre lineas un montón de cosas que no me animo a decir. Me mira un segundo y pienso que las sabe, que tiene en su oficina del subsuelo uno de esos collages de fotos y flechas que explica mis deseos y mis miedos, y los de todos los demás. Hay por lo menos otros dos nombres importantes en su valija. Me imagino que cuando me mira me evalúa y que va a bajar la escalera con una decisión tomada y va a poner alguno de nuestros nombres en un sobre, que va a enviar un mail pero también va a enviar ese mensaje por algún conducto secreto a un lugar misterioso en el que se toman todas las decisiones del mundo. En otra oficina, aún más subterránea, unos señores de barba negra reciben y evalúan esos sobres, analizando unos archivos mucho más completos para tomar una decisión final, y deciden que va a pasar con las vidas de todos los que pusieron su firma en uno de los papeles de la valija del hombrecito. En esas oficinas, uno de los señores de barba, al que le corresponde tomar las decisiones de nuestra jurisdicción, hace años que se quedó dormido.
Tamara
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