Que imposible alejarse del recuerdo. Es como negar la
existencia propia. Como si un naufragante jamás afrontara las olas con
profundidad, queriendo escapar al momento sublime de estar dentro de ellas,
capturando en un instante sumamente fotográfico aquel momento, que no es
propiamente momento hasta que el fiel recuerdo lo trae a flote volviéndolo
atesorable.
El recuerdo, sus indefectibles sombras, poseen su espectral
oscuridad por el mismo hecho que hace que frecuentemente el mismo aparezca de
noche. Se camufla siempre en el sin sentido de la tiniebla invadiendo el
espacio. Se proclama como un todo perverso, que en pocos instantes y a base de
olores, imágenes y sonidos vividos como sumamente reales arrasa con nuestro
presente.
Porque el recuerdo siempre es ayer, nunca es hoy, ni mañana.
Porque el recuerdo no siempre es grato, más siempre es cruel, impalpable,
etéreo, pero increíblemente penetrante, como la noche sin luna. Como el
presente azaroso, como el insomnio que el mismo recuerdo provoca; que toca y
palpa la carne y el espíritu y que le roba sutilmente a los minutos presentes
su mecanizada existencia. Aquel recuerdo que siempre nos recuerda, valga la
redundancia, aquello en lo que jamás queremos volver a convertirnos.
Sofía.
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