Ella ya no podía creer en nada y
en nadie: había perdido por completo la capacidad de sentir cualquier tipo de
fe. No podía creer cuando le decían que todo saldría bien ese día, porque la
vida ya le había salido mal. No podía creer cuando la abrazaban y le decían que
esa historia sería “para siempre”, porque ya había vivido un triste final. No
podía creer cuando la miraban a los ojos y le decían que era la primera vez se
sentían atravesados por su mirada, tan profunda que perforaba el alma, porque
ya le habían cerrado las pestañas del amor y la habían dejado sin ojos para
mirar. Tampoco podía creer cuando le entregaban la vida, porque ella ya había
conocido la muerte y llegado hasta los más rojos infiernos.
Pero cuando esos ojos la miraron
y le dijeron te quiero, tan profundos
que perforaban su alma, ella les creyó. Y supo que al entregarle su vida, esa
historia sobreviviría para siempre en su memoria.
A.
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