La primera
en cerrarse ese día fue la puerta de la habitación, con un portazo de Clara que
lo despertó pero no le llamó la atención. Pero enseguida el ataque de las
puertas se volvió más violento.
La de la
alacena se cerró con un ruido que casi lo deja sordo y casi le aplasta un dedo.
La del departamento decidió trabarse y no abrir desde adentro, y él no
encontraba la llave. Cuando logró salir tuvo una tregua, pero cuando se iba del
trabajo las puertas del ascensor se trabaron y le jugaron una mala pasada que
lo tuvo media hora encerrado esperando el rescate del encargado.
Parecía
un simple mal día hasta que, después de quedarse atrapado en las puertas del
tren, notó que en las 4 cuadras que caminó hasta su casa no vio ninguna puerta
abrirse, pero sí 32 cerrarse; 20 de casas, 11 de autos y la puerta de una
iglesia. Las contó porque a esa hora ya tenía la sensación de que el mundo
tenía algo para decirle.
La puerta
de su departamento no abría con su llave, y cuando buscó su teléfono para
avisarle a Clara que no podía entrar y vio las 16 llamadas perdidas entendió
que era otra la puerta que ese día iba a cerrarse para siempre.
Golpeó esa
puerta de una casa que ya no era suya y pidió por favor. Clara salió y habló
sin rodeos.
—Te dije
que era la última oportunidad que te daba. — le dijo en tono de despedida,
y él se fue callado y sin protestar. Porque supo que había estado distrayéndose
en alacenas que se cerraban y otros detalles sin importancia, no ese día sino
muchos otros, mientras Clara le iba cerrando, de a poco, su corazón y su vida.
No trató
de abrir esa puerta porque si algo le había dado vueltas en la cabeza todo ese
día, viendo puertas cerrarse, era que en ninguna había vuelta atrás.
Caminó desabrigado
abajo de una llovizna que recorría muchas calles, pensando si en algún momento
iría a encontrarse de nuevo, por lo menos, con una puerta entreabierta.
Tamara
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