Detrás del punto rojo que
iluminaba la habitación en penumbra podía ver su silueta dibujada contra la
pared. Todo era oscuro en ella: sus
ojos, su piel, su pasado. Salvaje, como toda ella, me miraba desafiante entre
las sobras marginales de un amor herido; me invitaba, con un sutil movimiento de cadera, a atravesar a su lado del umbral de
las penas y a perderme en algún otro infierno tormentoso, en un cúmulo de
recuerdos que pronto sería una pila más del montón, y a olvidarnos de que
alguna vez habríamos podido alcanzar el amor. Pero, ¿qué podía saber yo?
También a mí me corrompía mi
pasado, incendiando de a poco todas mis entrañas.
A.
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