A Ofelia se le
ocurrió dar una vuelta por el barrio. Hacía un frío de ese que penetra los
huesos y convierte todas las caras en limones estrujados. Dando la vuelta manzana se topó con una vieja pocilga. Parecía un geriátrico pero
estaba habitado por gente joven, algunos muy bellos, otros vestidos con trajes,
otros con mucha onda. Había profesionales, chicos, adolescentes con aroma a
apuntes e irresponsabilidad, skaters, gente grande. Todos estaban reunidos por
una razón. En ese lugar habían entrado para reposar, porque su corazón se había
roto.
“Vecindad de los
corazones rotos". Se vislumbraba en un cartelito en la puerta. Y Ofelia
que siempre había tenido pasta de periodista, entró, como quien no quiere la
cosa pero acompañada de una gran curiosidad,
a ver que pasaba en el lugar. Demás está decir que el hecho de que no se
cobrara entrada para los invitados la animó grandemente.
Se encontró
allí con Jorge, uno de los más antiguos residentes de la vecindad, quien le
abrió la puerta, le mostró las habitaciones y le dijo:
-¿Sabes que
ruido tiene un corazón roto? Ofelia se quedó perpleja.
-Se parece a
esos vagones de subte cuando van muy
rápido y parecen chocar. O esas tizas que marcando el pizarrón nos hacen
rechinar los dientes.
Ofelia sonrió
algo nerviosa y le preguntó a Jorge que pasaba en el mundo de cada uno,
mientras reposaban en el lugar, si acaso pedían una licencia o simplemente
renunciaban a sus trabajos o alegaban demencia.
- Bueno mientras
estamos acá, nuestras cosas las hace el autómata de la desilusión. Explicó
Jorge a Ofelia.
Una personita
cabizbaja y ojerosa, casi igual a nosotros,
que se toma la responsabilidad de continuar nuestras tareas, mientras
desearíamos poder pasar la hoja más rápido o irnos a asolearnos a Hawai y
olvidarnos los motivos que nos llevaron a vivir esta soledad. En general los
parientes y amigos confunden al autómata desilusionado con nosotros y conviven
con ellos hasta que volvemos a tomar las riendas de nuestras vidas.
Porque sabes Ofelia, uno puede cambiar de remera, de
amigos, los lugares que frecuenta. Pero no puede cambiar de corazón.
-¿Sabes a que
sabe un corazón roto?, continúo Jorge hablándole a Ofelia que ya sentía como su
corazón también comenzaba a estrujarse y sabía que pronto tendría que irse, o
los recuerdos de su propio paso por la situación la dejarían en la vecindad
para siempre.
-A esas sopas
knorr dietéticas, artificiales que nos dejan sabor amargo, que simplemente no
nos llenan.
-¿Y escuchan
música? , preguntó tímida Ofelia.
-Ninguna. Porque
toda melodía trae recuerdos, entonces las prohíben. Dejan que el ruido de las estufas, los trenes
y las bocinas alumbren las almas apesumbradas rogando porque despierten de su
letargo, porque entiendan, que cruzando la calle todo seguirá igual, menos su
corazón, que ahora despedazado se queja y aparece como marca habitual, tiñendo
el rostro de tristeza y desengaño.
- ¿Y los visitan
sus amigos y familiares acá?
No, a este lugar
solo tiene acceso algunas personas. Acá en general nos visitan solo los
recuerdos.
-¿Y cuánto
tiempo tarda en dejar la vecindad los corazones rotos?
Jorge levanto
las cejas y movió su sonrisa hacia el costado.
- A algunos nos
lleva toda la vida, sentenció. Otros salen rápido pero con una marca.
-¿Los tatúan en
la vecindad? dijo Ofelia extrañada.
- No, nada de
eso, la marca se lleva adentro, y es un signo de distinción para cualquier que
haya pasado por esta casa, que aunque no creas,
está más frecuentada de lo que pensas.
Jorge le dio a
Ofelia una tarjeta de descuento con visitas por día, por si alguna vez su corazón se rompía tanto
como para tener que vivir su vida allí dentro mientras el autómata tomaba las
riendas de sus actividades.
- Nunca te
pierdas, le dijo Jorge. Se saludaron. A
Jorge le costaba todavía mucho sonreír pero lo hizo.
Ofelia decidió
volver a casa, no sin antes prenderse un cigarrillo. Y entonces, recordó. Su
estancia en la vecindad, la preocupación de sus padres por su llanto, haber
coincidido allí hace tiempo con Jorge, Matías y los demás, sus pocas ganas de
seguir.
Tomo la tarjetita y la rompió.
Hay lugares a los
que uno no desearía volver jamás.
Sofía.
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