Tuvieron buenos tiempos: tenían pocos años, se reían de los que tenían muchos, caminaban 25 cuadras descampadas todos los sábados y les gustaba el licor de melón.
Y tuvieron tiempos mejores: de entenderse con un sólo mate y de saber manipular el tiempo y desaparecer semanas pero volver en el momento justo y que fuera como si nada hubiera pasado. De ser la persona que mandaba el mejor mensaje de cumpleaños y de saber siempre qué decir para arrancar esas carcajadas que duelen en la panza.
Pero vinieron tiempos malos, y una pared de hielo se les plantó en el medio y cualquier comentario que la atravesara era como una flecha que llegaba al cuerpo y pinchaba fuerte.
Y sabían que se tenían cariño y que tenían recuerdos, y que, en nombre de los buenos tiempos, cada vez que se tirasen una fecha iban a pensar dos segundos y se iban a mirar con cara de te quiero igual.
Pero esos dos segundos, que antes no eran necesarios, eran un abismo. Y el abismo que se percibe en un instante irreflexivo, no lo curan ni todos los pensamientos del mundo.
Tamara
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