viernes, 20 de junio de 2014

Historias lejanas

Llegó quince minutos tarde con la impuntualidad permitida del que vive lejos y no consiguió que el otro aceptara un punto de reunión más intermedio, casi como un esperame por puto. Empujó la puerta del bar de la esquina con todo el cuerpo y miró hacia un rincón lejos de ese grupo de gente feliz que veía algún partido del mundial en HD. Ahí estaba él, con su pelo corto, su ropa elegante sport y recién afeitado. Él no le dijo nada por la tardanza y ella tampoco, la miró sacarse el tapado y un sweater, sentarse y acomodarse el pelo mojado para que no le diera frío.
-Te vas a enfermar.
Y sonrió. Ella contestó la sonrisa, porque las sonrisas se contestan.
-Leí la última entrada de tu blog.
-¿Cómo está tu mamá?
Él sacó dos libros clásicos de una bolsa y se los puso enfrente sobre la mesa. Dos Puig, muy fáciles de conseguir en cualquier librería, fáciles de reemplazar.
-Me los volví a comprar, no  hay drama, quedátelos.  
-Mi vieja está bien, te llamó el otro día porque a veces no se acuerda que nos...
-Ah, claro, me imagino.
-Ya le borré tu número, para que no vuelva a pasar.


Ella lo miró y se acordó de un montón de cosas que habían quedado muy atrás, se acordó de discusiones entre lo matemático y la imaginación, entre lo fantástico y el golpe de realidad. Se acordó de un año de hablar sin temas de conversación, del frío, las peleas por mensajes de texto y de llorar bajo la ducha. Le siguió la conversación un rato, porque es lo que hace la gente cuando hay otras personas que están mal, que están mal porque la vida se les puso todavía más dura, y en cuanto terminó, vio que el partido también había terminado y los que estaban sentados habían decidido esperar una hora más a que empezara el siguiente. Dio un último abrazo a los recuerdos de un amor muy viejo y se fue. El pelo ya se le había secado. 

Rocío.

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