martes, 30 de septiembre de 2014

La ventana abierta

Se lo prometí a Flora: no voy a tocar nada hasta que ella vuelva. Me dijo que tardaba unos minutos pero todavía no volvió. Me dijo que me quede sentadita en la cama.
Le prometí que no voy a tocar nada, que lástima, si no se lo hubiera prometido, podría hacer alguna cosa para que se me pase más rápido el tiempo.
Si pudiera prender la televisión, me divertiría un rato. Pero le prometí que no voy a tocar nada. Así que no puedo tocar ni siquiera el control remoto. Si no se lo hubiera prometido, podría robar un chicle de los que están sobre la mesita de luz.
 Me dijo que tardaba unos minutos, pero me parece que pasaron horas. Me parece que voy a tener que ir pensando en romper mi promesa. Pero romper una promesa es muy malo, así que voy a tener que pensar otra cosa.
Si no le hubiera prometido no tocar nada, podría ir en silencio hasta la cocina a buscar su número que está pegado en la heladera, y llamarla desde el teléfono del comedor, a ver porqué está tardando tanto. Pero prometí no tocar nada. Ni siquiera la manija de la puerta.
La ventana la dejó abierta, para que me entre un poco de aire. Si hubiera sabido que iba a tardar tanto, hubiera gritado, a ver si alguien que pasaba por la calle, a ver si podía buscarla, o llamarla, porque no venía más a buscarme. Ahora ya es de noche y no pasa nadie.

 Me quedé dormida, Flora no volvió. Parece que tampoco volvió nadie a la casa. O a lo mejor vinieron por la noche y se fueron temprano, y no se dieron cuenta de que me dejó acá sola. No puedo salir sin tocar la puerta, pero si hubiera escuchado pasos, les hubiera gritado. No le prometí callarme la boca. Me parece que igual no le gustaría, pero no me hizo prometérselo, seguro que porque pensaba volver en un minuto, y era seguro que no iba a llegar nadie.
Seguro que por la mañana pasó alguna persona por la calle, pero estaba dormida, y ahora es tarde de nuevo y por el balcón no veo más que perros. Esto de no tocar nada es tan complicado, ya no se dónde poner las manos. Me inventé un juego, camino de una pared a la otra y tengo que dar los pasos justos para llegar con el pie entero al borde de la última tablita del piso. 
Es lo único que se puede hacer sin tocar nada. Estuve mirando fijo la manija de la puerta, como para ver si se abría sin tocarla, pero no pasó nada. Un montón de veces estuve por agarrar los chicles de la mesita, pero no vale la pena, romper una promesa por un chicle. La rompería si hubiera un plato de pollo. Pero no hay.
Me inventé un juego nuevo, corro de una pared a otra tomando impulso, y doy saltitos por arriba de la cama. No toco nada, no estoy rompiendo mi promesa, tocar algo con los pies no cuenta. Me estoy enojando con Flora, ya no se donde se habrá metido. Me parece que si se hace de noche de nuevo, y no pasa nadie por la calle, voy a tener que pensar una forma de salir de acá.

El borde de la ventana no es mucho más alto que la cama. No tiene rejas, tiene esos barrales cortitos de cemento de las casas viejas.
Si corro de una pared a la otra, y tomo impulso para llegar a la cama, tal vez pueda correr por la cama y con ese impulso dar un saltito hasta la parecita de la ventana. 
No tocaría nada. Practiqué tanto el juego que no toco ni la pared. No se si la pieza es muy alta, cuando Flora me trajo era temprano y yo estaba dormida.Y no llego a asomarme a la ventana para ver bien la altura, para eso tendría que ayudarme con las manos. 
Flora no vino. Se está haciendo de noche. 
Quizás abajo haya pasto.

Tamara

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