Carmen limpia pisos, encera las escaleras y lava también la vajilla que es tan vieja y esta tan gastada como ella. Carmen tuvo sueños, pero después tuvo hijos y los años se le pasaron limpiando los vidrios de las casas grandes de otros. Cada vez que baldea lava sus heridas, se cuecen en ella como los huevos fritos que prepara la derrota y la impotencia. Cuando trabaja en el bar le gusta jugar a plantear discordia entre las empleadas jóvenes, las acusa de no hacer bien la limpieza, detesta esos veinte años que las separan y las vigila, de reojo, esperando encontrar un error en sus tareas. Carmen fue modelo, cuando era joven, aún todavía cuando suelta una de sus pocas sonrisas su rostro se ilumina y alcanzo a ver su belleza. Imagino su dulce voz ahora resquebrajada por el cigarrillo. Esos ojos arrugados tan pasados por lágrimas eran como un valle de verde e inagotables sensaciones placenteras. De hechizos para los hombres que la veían pasar. Conserva aun su cabellera colorada, y debajo de su atiendo austero y sus rollos de más, se percibe todavía, cierta gracia al andar. Carmen esta agotada, o dice estarlo para salir antes de trabajar, sabe que a su edad, quejarse es una de las pocas cosas que le quedan y es de esas actividades en las que no suele escatimar. Carmen amenaza a su jefe con renuncias, y trata de molestarlo inventando historias de los demás, exhalando pesimismo porque con los años aprendió a condimentar sus días con mentiras para poder vivir sus propias novelas de la tarde. De cuidados de ancianos, de bondis repletos y ningún asiento vació, de poca solidaridad , de hijos que se pierden por las calles, de maridos que se enferman, mientras ella enjuaga las copas de la alta sociedad.
Sofía
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