A media mañana nos
vimos en un café y me dijo casi sin voz:
“Temo
que lo que espero nunca llegue. No hay manera de revivir un instante sin caer
en la reproducción. ¿Es que existirá algo más allá del cuerpo, o será todo una
ilusión? No hay conformismo que convenza a mi vana ansiedad. Quiero más, y más,
y más. Quiero que me den vuelta como un panqueque, que me quemen todos los
bordes y me muerdan despacio, de a poco, hasta quedar toda consumida dentro de
un cuerpo perdido, bien arraigada a las paredes de un estómago vacío. Quiero
alimentar sus entrañas. Quiero alimentarte, ser tu pócima, tu elixir de la
vida, tu universo. Quiero un momento improvisado del amor. De tanto que quiero,
peco de ambición, y siempre pierdo al amor en la victoria del deseo. Todo es
simbolismo y convención, y si no lo es, es experiencia y destrucción. Vos, el
límite superador. No, no te me acerques, corazón. Ya sabes lo que pasa: si me
abres del todo tu alma, seré perfecta, seré tu virgen, seré tu dios. Y después
de un mes, seré el demonio encarnado en la piel de la traición. Todo esto es
uno sólo de mis tantos yo. Tengo una flecha floreada que apunta directo al
corazón, hace cosquillas en primavera y te atraviesa en el otoño del dolor. Y
no quiero verte de nuevo en el piso, con el torso doblado y los brazos alrededor
de tus piernas, tan dulce que das pena, hasta perder todo el respeto por vos. Y
no quiero ver mi reflejo tan asqueroso que lastima sin poder sentir ni una
pisca de culpa con sabor a limón. No quiero retener imágenes vanas. No quiero
perder el tiempo. No quiero que me mires a los ojos y me digas que lo nuestro
es eterno y ahí estarás, como un sátiro empobrecido, esperando el regreso
redentor. Si la eternidad cupiera en este vaso, me la bebería toda hasta hacerla
añicos y la escupiría por el inodoro de los años que han sido hasta perderla en
las cloacas donde flota todo lo irrecuperable de la vida. Nada es eterno, mi
vida, ni vos, ni yo, ni vos y yo. Ni siquiera dios, que dicen que ya ha muerto,
y yo lo veo llorando en cada rincón. La fama es pequeña y nos atraviesa con
grandeza, y detrás de su sombra, somos pequeños muñequitos de ficción. Ay, si
supieras la angustia que se tiene al perder del todo la razón. Pero qué digo,
si la razón no existe, si solo queda este tumulto inconcluso de ideas que rozan
lo científico y lo lastimero, ideas que se parecen a un animal rastrero que
busca un poco de comida para entrar en ebullición. He perdido todo el sentido
de la ubicación. No me toques, no me beses, no quiero más hablar con vos. No
puedo verte, estoy ciega. No te escucho, estoy sorda. Vete de aquí. Con tu
concepto se irá también todo el resto de lo que sos. Es que no queda de mi
cuerpo ninguna función. ¿Qué es lo que soy? Si alguna vez fui humana, perdí
toda mi forma y mi sustancia. Y es que no sabes, querida, lo que significa
perder la razón. Soy solo un fantasma entristecido que yerra cansado y
tranquilo, que nada encuentra, que nada halla, que camina atravesando el mundo
sin sentir ni un poco de emoción. Al final del día nada queda de mí más que un
borroso recuerdo en las páginas de un libro perdido y empolvado dentro de la
biblioteca de tu amor”.
Y luego me pidió que
lo escribiera.
Alejandra.
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