Volvieron los tiempos malos y lo fui a buscar, es un buen amigo pero no está en las malas y en las buenas. Él es sólo de las malas, no se lleva bien con la felicidad, ni propia ni ajena.
Me recibió con un vino y como si nunca me hubiera ido. Yo era un poco otra persona pero él no; yo tengo la impresión de que a él no le pasa más el tiempo, ya le pasó toda la vida hace mucho, antes de conocerme.
—Estoy atrapada—, le dije. Y le expliqué que si pudiera irme a un lugar del que no pudiera volver nunca, lo haría. Primero se lo dije así, realista y quejosa. Le dije que no era cosa de decir que me tomo un avión y me voy a la selva o a Japón, porque iba a poder volver cuando quisiera en menos de un día, y eso no era empezar de nuevo. Me puso cara de nada y me sirvió otra copa.
Más tarde, cuando ya hablabamos de historia, de guerra mundial, de guerra bacteriológica y de invasión extraterrestre, se lo expliqué de nuevo.
—Hubo un momento en el que cualquier viaje era de verdad. El que se iba se su pueblo, probablemente no volviera nunca. Después las cosas cambiaron, pero todavía te podías escapar, te podías ir en un barco a descubrir américa y no volver nunca más, te podías ir a internar en una selva africana, y era una decisión rotunda, no volvías. Y en algún momento podrás decir "basta, dejo todo, me voy a Marte". Y cuando Marte ya no quede lejos, y esté lleno de hoteles y balnearios y humanos pasando sus vacaciones, se descubrirá otra galaxia. El universo es infinito. Pero ahora estamos en un tiempo malo, el mundo que tenemos es chiquito y ya está globalizado, todo. Y el espacio está demasiado lejos.— Le hablé desesperada, moviéndo las manos, casi gritando, casi por llorar. El me miró con el único gesto que tiene.
—¿Vos alguna vez me preguntaste de donde vengo yo?
Tamara
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