“Nada nos deja
más en soledad que la alegría si se va” escuchaba ella desde un balcón lejano
de caballito. Cerca de allí una bocina anunciaba el robo de algún auto, las
calles se llenaban de gente anunciando la hora del mediodía. Una ráfaga de
viento le beso la mejilla. Comprendió que nada importaba más que este aquí y
ahora, estos minúsculos rayos de sol iluminando su cara, el viento levantando
sutilmente su pañuelo. Los niños riendo en el balcón de enfrente y una melodía
de Serrano ahora sonando a lo lejos.
¿Hay algo mejor
que sentir la piel erizándose salvándonos del naufragio de pensamientos? Estaba
contenta, no estaba sola, el universo
estaba con ella. De repente lo vio, fue un segundo…paso volando en bicicleta
trayendo con ello todo el sabor del pasado, de ese pasado del primer amor. Se
sintió abandonada a un frío ancestral que le recordaba la plaza donde se habían
citado por primera vez. Él tocando de a poco su panza, besándole por primera
vez los labios.
El invierno,
lento, agujereándole el alma se posó sobre su sonrisa borrando por un momento todo
rastro de alegría. Nuevamente no estaba sola, eran ella, el universo y el
recuerdo.
Sofía.
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