jueves, 3 de julio de 2014

Ella y yo.

Crecimos juntas. O nos destruimos paulatinamente juntas. Cuando yo era pequeña ella era inmensa,  divina, atemorizante. Con los años me fue enamorando, hipnotizando. Casualmente siempre lo que al principio nos causaba desagrado y temor e inclusive repugnancia, termina agradándonos. Es el acostumbramiento de tenerla siempre conmigo. Al principio era monstruosa y rebelde y luego la fui domando, o ella fue domándome. Hemos reído y llorado juntas. Y sufrimos miles de noches. Cantamos miles de amaneceres, los esperamos expectantes. Hemos chorreado humo y violencia. Jamás clemencia. Nos hemos ensuciado. Nos lavaron. Construimos y borramos. Y luego sobre nuestros propios cimientos, volvimos a reconstruir. Siempre algo más nuevo. Más alto. Más supremo. Con más sentido. Lo bueno de esta caótica ciudad es que no se si ella me pertenece, o yo le pertenezco. Si una duda me acontece desde mis adentros descajetandome el mundo,  obnubilándome el camino siempre puedo ver esa nube esplendorosa posarse sobre mis ojos, como si la reina madre ciudad la hubiese invitado a mi melodrama  .Nunca vamos a destiempo, si llueve en mi alma, lloverá sobre esos techos llenos de cables, rasgados de humedad. Luego tendré mucha bronca, por no entender mi tristeza, mi depresión. Y gritare y me estancaré, y destruiré todo a mi paso y un rayo por supuesto caerá divinizado al unísono. Cuando debo despertarme para volver a mis responsabilidades, se cuelan desde el balcón, rayos de luz incandescentes que me invitan a vivirlos. Inclusive pude ver nevar mi ciudad. Fue el día más triste de toda mi vida. Ella lo sabía. La ciudad siempre sabe. Y vertió copos de nieve que me hicieron escapar a la fantasía. Logre así transportarme de paisaje sin salir de mi barrio. La ciudad tiene su lado oscuro, como también lo tiene nuestra mente. Tiene barrios para pasearse decente, tranquilo, con ese fervor que caracteriza al porteño, ese anhelo de querer mostrarse. Como también posee barrios donde esconder los vicios más varios, los placeres más oscuros y banales del ser humano. La ciudad lo poseía todo, para el que deseara frecuentarla.  Todo... menos paz. Y entonces, como no pensar que esta ciudad es simplemente el mejor reflejo, de mi misma.
                                                                                                   Sofía.

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