Crecimos juntas. O nos destruimos
paulatinamente juntas. Cuando yo era pequeña ella era inmensa, divina, atemorizante. Con los años me fue
enamorando, hipnotizando. Casualmente siempre lo que al principio nos causaba
desagrado y temor e inclusive repugnancia, termina agradándonos. Es el
acostumbramiento de tenerla siempre conmigo. Al principio era monstruosa y
rebelde y luego la fui domando, o ella fue domándome. Hemos reído y llorado
juntas. Y sufrimos miles de noches. Cantamos miles de amaneceres, los esperamos
expectantes. Hemos chorreado humo y violencia. Jamás clemencia. Nos hemos
ensuciado. Nos lavaron. Construimos y borramos. Y luego sobre nuestros propios
cimientos, volvimos a reconstruir. Siempre algo más nuevo. Más alto. Más
supremo. Con más sentido. Lo bueno de esta caótica ciudad es que no se si ella
me pertenece, o yo le pertenezco. Si una duda me acontece desde mis adentros descajetandome
el mundo, obnubilándome el camino siempre
puedo ver esa nube esplendorosa posarse sobre mis ojos, como si la reina madre
ciudad la hubiese invitado a mi melodrama
.Nunca vamos a destiempo, si llueve en mi alma, lloverá sobre esos
techos llenos de cables, rasgados de humedad. Luego tendré mucha bronca, por no
entender mi tristeza, mi depresión. Y gritare y me estancaré, y destruiré todo
a mi paso y un rayo por supuesto caerá divinizado al unísono. Cuando debo despertarme
para volver a mis responsabilidades, se cuelan desde el balcón, rayos de luz
incandescentes que me invitan a vivirlos. Inclusive pude ver nevar mi ciudad.
Fue el día más triste de toda mi vida. Ella lo sabía. La ciudad siempre sabe. Y
vertió copos de nieve que me hicieron escapar a la fantasía. Logre así
transportarme de paisaje sin salir de mi barrio. La ciudad tiene su lado
oscuro, como también lo tiene nuestra mente. Tiene barrios para pasearse
decente, tranquilo, con ese fervor que caracteriza al porteño, ese anhelo de
querer mostrarse. Como también posee barrios donde esconder los vicios más
varios, los placeres más oscuros y banales del ser humano. La ciudad lo poseía
todo, para el que deseara frecuentarla. Todo...
menos paz. Y entonces, como no pensar que esta ciudad es simplemente el mejor
reflejo, de mi misma.
Sofía.
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