Miró con angustia la ventana,
ojeó el reloj de la pared, y se dio cuenta que otra vez se habían olvidado de
ella. El mozo pasó a su lado varias veces sin mirarla, como si fuera un
fantasma, como despreciándola un poco. No tenía por qué, era igual a cualquier
otra. El restaurante no estaba demasiado lleno, quizás por eso nadie se le
había acercado a preguntar por las sillas vacías todavía. No quería responder
la pregunta, sí, estoy sola, sentate. Tampoco tenía muchas ganas de decirle al
mozo que la habían dejado. Era un poquito orgullosa. Los dos se habían levantado
hace diez minutos ya, primero ella había ido al baño, mientras él se hacía el
caballero y pedía la cuenta. Antes de que ella volviera ya había juntado un par
de billetes y los había puesto al lado de la taza de café. Para colaborar con
la causa, cuando ella volvió, la sacó de su pantalón y la dejó junto a los
billetes sucios, gastados. El mozo pasó por tercera vez y levantó la moneda de
dos pesos, propina era propina.
Rocío
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