Llevo perdidos tres amores y cinco
vidas.. ¿Qué pensarán de mí esas señoras regordetas? Maldito sea el placer de
espiar las vidas ajenas, la obsesión del chusma. Tal vez si cuento camiones
pueda olvidarme… Un camión, dos camiones, tres camiones. Un muerto, dos
muertos, tres muertos… Es el comienzo del fin. Sé que ahora nada puede pasarme;
salvo el agobio y el aburrimiento, ningún cuerpo me llamará a gritos de
mutilación. Cuatro. Paredes. Cuatro paredes y una claustrofobia sofocante,
cansina, maniatada. Qué dulce es el olor al café. Sedantes. Ninguna
preocupación: ni deber ser, ni ser real, ni parecer. Ni padres, ni hermanos, ni
hijos, ni vasos etílicos que terminen desmayados sobre una cama, perforados
contra una piel o estallados como un corazón. ¿Qué querrá decirme ese cartel
gigante que me espía desde la ventana? No importa que lo hayamos pasado a
100 km por hora, ese cartel me persigue, me sigue espiando. Es un ojo
vigilante, y yo soy presa. ¿Cuándo duerme ese ojo? Si es que acaso duerme… La
hora. Creo que eso quiere decirme: que es la hora. ¿Por qué no traje mi reloj?
Algo me abruma. No sé qué será, pero sé que cualquier prisión es mejor que esta
falsa libertad. Estoy tranquila, estoy donde tengo que estar. Estoy atada, pero
mi mente sigue siendo mía. Es cuestión de olvidar. Cerrar los ojos. Abrirlos.
Ver siempre lo mismo. Quiero dejar de ver siempre la misma miseria. Ahora que
no van a existir más que cuatro imágenes cuadradas para mí, será fácil olvidar.
Sólo debo sentarme, mirar la pared negra, no pensar. Tachar minutos, horas,
días. Tachar amores, familias, desencantos. Tachar vidas. Sin imágenes, no
quiero imágenes. Tal vez uno que otro puchito… Delgado entre mis dedos, el humo
ahogándome, mis días yéndose con él. El perro ese me sonríe y lo único que quiero
es bajar y encerrarme. Que me encierren. Me amarga la mirada dulce de ese
perro. Quiero matarlo porque se ríe de mí; lo envidio porque no puedo ser un
animal, y por eso se ríe de mí. No quiero verlo más, así, burlón. Que me
castiguen si quieren. Ingenuos los que creen castigarme. Castigo es la vida,
por eso es mejor morirse, matar. ¿Qué mejor que divagar flotante por el
universo? Liviano, puro, despreocupado. Por eso matar es tan dulce: porque uno
sabe que está acabando con un sufrimiento, con una vida, con un dolor; porque
se está liberando a un cobarde de la condena de ser siempre un fracasado, un
individuo, un material. Por eso matar es tan dulce. Es tan dulce.
Alejandra M. Zani
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