martes, 25 de marzo de 2014

Es tan dulce (monólogo)

Llevo perdidos tres amores y cinco vidas.. ¿Qué pensarán de mí esas señoras regordetas? Maldito sea el placer de espiar las vidas ajenas, la obsesión del chusma. Tal vez si cuento camiones pueda olvidarme… Un camión, dos camiones, tres camiones. Un muerto, dos muertos, tres muertos… Es el comienzo del fin. Sé que ahora nada puede pasarme; salvo el agobio y el aburrimiento, ningún cuerpo me llamará a gritos de mutilación. Cuatro. Paredes. Cuatro paredes y una claustrofobia sofocante, cansina, maniatada. Qué dulce es el olor al café. Sedantes. Ninguna preocupación: ni deber ser, ni ser real, ni parecer. Ni padres, ni hermanos, ni hijos, ni vasos etílicos que terminen desmayados sobre una cama, perforados contra una piel o estallados como un corazón. ¿Qué querrá decirme ese cartel gigante que me espía desde la ventana? No importa que  lo hayamos pasado a 100 km por hora, ese cartel me persigue, me sigue espiando. Es un ojo vigilante, y yo soy presa. ¿Cuándo duerme ese ojo? Si es que acaso duerme… La hora. Creo que eso quiere decirme: que es la hora. ¿Por qué no traje mi reloj? Algo me abruma. No sé qué será, pero sé que cualquier prisión es mejor que esta falsa libertad. Estoy tranquila, estoy donde tengo que estar. Estoy atada, pero mi mente sigue siendo mía. Es cuestión de olvidar. Cerrar los ojos. Abrirlos. Ver siempre lo mismo. Quiero dejar de ver siempre la misma miseria. Ahora que no van a existir más que cuatro imágenes cuadradas para mí, será fácil olvidar. Sólo debo sentarme, mirar la pared negra, no pensar. Tachar minutos, horas, días. Tachar amores, familias, desencantos. Tachar vidas. Sin imágenes, no quiero imágenes. Tal vez uno que otro puchito… Delgado entre mis dedos, el humo ahogándome, mis días yéndose con él. El perro ese me sonríe y lo único que quiero es bajar y encerrarme. Que me encierren. Me amarga la mirada dulce de ese perro. Quiero matarlo porque se ríe de mí; lo envidio porque no puedo ser un animal, y por eso se ríe de mí. No quiero verlo más, así, burlón. Que me castiguen si quieren. Ingenuos los que creen castigarme. Castigo es la vida, por eso es mejor morirse, matar. ¿Qué mejor que divagar flotante por el universo? Liviano, puro, despreocupado. Por eso matar es tan dulce: porque uno sabe que está acabando con un sufrimiento, con una vida, con un dolor; porque se está liberando a un cobarde de la condena de ser siempre un fracasado, un individuo, un material. Por eso matar es tan dulce. Es tan dulce.  

Alejandra M. Zani

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