La mañana llegaba con
restos de olor a whisky, cigarrillo y gente amándose a lo lejos, muy lejos de
ahí, con algún que otro grito, algún que otro orgasmo ahogado bajo el suave y
gelatinoso manto de los sueños, algo como una risa o quizás la complicidad
fantástica de pertenecer a varios mundos, de ser parte de otras fantasías,
confundiendo la ciencia y la ficción en un éxtasis de armoniosa confusión
emocional. Se miró en la tapa del libro que sostenían sus manos, leyó una vez
más el Gran Poema que era como su espejo, su hijo monstruoso y deforme que
lloraba lágrimas del cielo, y en sus palabras vio reflejada su mirada vacía. No
había nada dentro suyo. No tenía alma, pero podía sentir. ¿Con qué órgano del cuerpo podía sentir a pesar de ser infinitamente hueca? Una sola cosa era certera: podía amar y podía llorar. Pero, ¿qué significaba todo eso?
Por un segundo dudó de
que su existencia fuera realmente real.
Alejandra M. Zani