-Es la
primera vez que hago esto.
Lo pensó y
lo dijo, más para sí mismo que para que ella lo escuchara.
Ella miró
el reloj de la pared y trató de contar en cuántos minutos podía bañarse y
secarse un poco el pelo. Una fuerza extraña le pedía seguir acostada, ese imán
de paz que invade después del deseo bien cumplido. Levantarse sería como guardar
los juguetes después de desparramarlos, retorcerlos, recorrerlos, saborearlos,
escucharlos, calentarlos, morderlos y transpirarlos por dos horas.
Miró por
última vez el reflejo sobre su cabeza y se vio a sí misma totalmente segura de
su desnudez, y a él tapado hasta la cintura. Si no se conociera bien se creería
de esas mujeres que no necesitan preguntar si están lindas ni revisar
celulares. Esas minas que transmiten seguridad a donde quiera que vayan, esa
confianza del que sabe que gusta así como es. Pero se conoce bastante y al
espejo se lo puede engañar, y al que está acostado al lado mucho más.
Su última
buena historia había terminado antes de empezar y ahora le había caído una
opción seductora para ensayar el papel de chica Almodóvar. La culpa es para los
que necesitan castrarse pensó, y se levantó de la cama. Él le alcanzó una
toalla y empezó a sonarle el celular.
-Hola, amor...Son las cinco recién,
estoy adentro todavía...No... un rato más, no sé ...
Lo miró de reojo y
se imaginó el manojo de explicaciones que estaría repitiendo, historias bien ensayadas que se dejaron de escuchar en cuanto el agua caliente empezó a correr. No salió hasta que se empañaron los vidrios y la mentira del shampoo en los ojos le pareció convincente.
Rocío
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