Tomo su cámara y
se peinó, como a ella le gustaba. Hoy iba a encontrársela en el bar, pero fingiría
desprevenido que todo había sido un accidente.
-
Hola ¿cómo estás? Le diría con una tímida e
improvisada sonrisa.
Ella le sonreiría y todo volvería a comenzar. Lo vería altivo, trabajando
de lo que siempre quiso, fornido, bien vestido, roseado con su mejor perfume.
Los ojos de ella volverían a mostrar el brillo, ausente por tantos meses
y no podrían dejar de mirarse mientras la banda tocaba esos acordes de
divididos que tanto le recordaban el primer amor.
Pero no. Ella no estaría. Porque sabía, que no hay nada peor que la nostalgia
de lo que queda. Que la ceniza arrojada a un vacío que ya no existe. El amor que se consume se vá. Regresa al río de
los amores perdidos y allí se queda. La brisa mueve la marea y nuevos amores se
agitan trémulos. Porque el destino así lo quiere. Porque los desencuentros son
parte del juego. Porque no hay peor decisión que volver al paraje donde hace
tiempo hemos sido felices.
Porque la vida fluye, siempre hacia adelante. Inclusive contra la marea y
no seguir, no tomar ese fatal impulso de girar, puede costarnos la vida, o algo
más preciado que la vida…el tiempo.
Ahora ella está en Subte, y él tomas fotos con la cara pálida, sangrando
por dentro por la injusticia del no encuentro. Por esta anécdota fatal que hace
brotar todo su cuerpo. Por no verla, por saberla más lejos que nunca, por
imaginársela bailando lentamente, un tema de los Beatles en aquel viejo bar.
Solo, se pide un trago y otro y otro y pronto encuentra unos ojos que brillan y
cuyos rasgos le recuerdan a ella. Que está en el subte, escuchando la misma
melodía pero a un abismo de allí. En la tierra del ser. Donde lo único que
pasa, es lo que siempre debió haber sido.
Sofía.
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