Te acordarás: cuando
llegué acá era una pichona. Creía obstinadamente en el infinito. El mundo
entero existía para ser conquistado y me vine con el aliento de quien no haría
otra cosa. Vos fuiste un plus.
Creerme inmortal me permitía regalarte promesas, “para siempres” que hoy me
suenan hasta nunca, besos que prometían eternidad. Tan segura estaba de mí que
me creí que el amor era eso que todos los demás decían, y vos también creíste
que podía ser así, eterno. Diez años es mucho
tiempo o no es nada. Crecimos. Vos: tan
realista que das miedo. Yo: tan utópica que lastimo. Pero las ideas cambian
como cambian las personas, no existe tal cosa como la esencia: la vida misma te
transforma con fuerzas que ninguna verdad podría comprender. Fueron esas ideas
las que me convirtieron en este bicho raro y melancólico que dejó de sentirse
inmortal. Tengo la certeza de que fue ese nuestro punto de inflexión. Me aferré
con determinismo, casi cayendo en reduccionismos absurdos, al nuevo
hipermodernismo de que la vida es una sola y qué mejor que vivirla, mal o bien
que se pueda.
Quizás la poesía sea mi gran excusa. No hay vuelta atrás. Entendéme. A vos
también te falta valor. ¿Por qué seguimos
haciendo esto? Si me permitieras contestar, diría que por curiosidad
científica. Sabes que el cuerpo es mi descarga, que cuando las ideas me
sobrepasan sólo en las caricias me electrocuta la realidad y entiendo que
todavía existo como cuerpo entre tanta abstracción. Sabes que dependo de estas
relaciones casi mentirosas de tanta corporalidad para calmar un poco la mente
que me duele tan real. Es como si me hubieran parido al revés: de cabeza al
mundo y la cabeza me golpeé. Me gustaría que te
alcanzara con ver que a cambio te ofrezco cada una de mis ideas, cada ocurrencia
y cada poesía, cada cuento y cada hora de mi vida. Ningún lenguaje existe todavía
que pueda, mejor que este, hacerte entender mi situación. No existe metáfora
que pueda salirse de las monstruosas normas que convirtieron a este en un sacro
confesionario.
Y a pesar de todo sé,
baby, que nunca te alcanzaría lo que pudiera darte. De mi te quedan sólo un
gorro, un beso en el placar, y esta carta sin final.
A.