"Este es el fin/hermoso amigo/este es el fin/mi único amigo, el fin/de nuestros elaborados planes, el fin/de todo lo que permanece, el fin/sin seguridad o sorpresa, el fin/nunca miraré en tus ojos...otra vez"
Primera
noche de calor. Los grillos cantan, respetan un tiempo en el que suenan todos
juntos, después sigue uno, para otro. Retoman el canto y así.
Hace
dos noches que no salgo de mi habitación, igual que ellos en la noche vivo. ¿Y
durante el día que pasa conmigo? Es difícil saberlo. Algunos dicen que salgo de
acá, otros que hace rato no me ven.
El
año pasado a esta altura se acercó Julián. Lo recuerdo por el tipo de calor en la noche y por como el día, parecía
post navidad o año nuevo. Me había traído tarta de limón. Estuvimos en el parque
charlando y me contó que la novia estaba embarazada. Yo me había puesto contenta,
lo abracé y felicité. Ellos habían perdido un bebé cuando recién empezaron a
salir y me parecía justo que tuvieran otra oportunidad.
Fuimos
novios en la secundaria. Salimos poco tiempo, éramos chicos y no sabíamos nada.
Julián siempre fue el más lindo en todos lados. Tenía el pelo algo largo y un
poco desprolijo, barba y una sonrisa que dejaba en el camino a cualquiera. Yo
era alta, tenía el pelo largo, usaba muchos vestidos floreados y con bastante
vuelo. Me gustaba girar sobre un punto y hacerlo hasta marearme para terminar
en el piso. Los dos usábamos perfume francés.
Su madre y mi padre eran amigos de la
infancia, nosotros creímos siempre, que entre ellos hubo o había algo. Una
historia de amor no podía ser, jugábamos, pero nunca averiguamos bien. En el
fondo no queríamos enterarnos porque si así era no podríamos estar juntos. No
era lo más conveniente por eso decidimos no saber de más.
Julián
siguió dándome buenas noticias. Hablaba de muchas cosas mientras yo comía la
tercera porción de tarta. Me dijo que compró una casita en un pueblo; San
Marcos Sierra en la provincia de Córdoba. Habíamos viajado una vez allá juntos,
cuando éramos novios. La casa estaba a pocos kilómetros del Rio Quilpo. Él
tenía una 4x4, imagino que con ella por allí no tendría problemas para ir y
venir del pueblo al río que estaba algo lejos.
En
el Quilpo, pasamos nuestras primeras y últimas vacaciones. Estuvimos cinco días
al lado del rio, sin nada. Al principio estábamos emocionados, me acuerdo que
una noche, me desperté, salí de la carpa y vi tanta luz que me asusté. Me
preguntaba cómo podría estar todo iluminado si no teníamos electricidad. Cuando
levanté la cabeza, miré al cielo y vi todo el universo. Nada más imposible que
describir ese cielo, que no era solo nubes, se veían las manchas de la vía
láctea, las estrellas que ardían y parecía que se peleaban entre sí para ver
quién brillaba más. La luna era inmensa. Abrí la boca y grite: ¡¡¡Julián, vení
rápido, dale!!!!
Salió
rápido de la carpa, pensó qué me había picado algún bicho, cuando vio que yo
estaba bien, dejó pasar un suspiro y se quedó boquiabierto. Él entendió rápido
que toda esa luz en el medio de los árboles y la tierra, venía del mismo cielo
que hace unas horas atrás solo fue celeste y naranja.
Nos
abrazamos con fuerza, lloramos de alegría. Nadie podría ver y sentir todo lo
que vivimos con la mejor de las imaginaciones. Aunque quizás ya lo habían vivido
otros. Para nosotros, que éramos unos pibes de ciudad, fue aplastante.
Esa
noche hicimos el amor bajo ese cielo. No quisimos perdernos nada de todo lo que
podría ocurrir allí. Amanecimos viendo como la luna desaparecía entre las
sierras.
Le
recordé a Julián esa noche. Me abrazó y me dijo al oído que eso fue hermoso. Que
agradecía haberlo compartido conmigo. Sentí en su abrazo, algo de lastima por
mi.
Dejé
pasar mis sensaciones y le pregunté si iban a esperar que naciera el bebé para
instalarse allá. Me dijo que, querían que naciera en tierra cordobesa. Acá en la
ciudad no tenían más familia, se habían muerto todos. Solo estás vos, me dijo.
Estaba cansado del ruido, la gente y el asfalto.
Le
respondí con una sonrisa; estaba bien que se fuera. Todos se van de acá para
allá, la gente está inquieta. No saben lo que quieren en verdad. Una chica de
acá me dijo hace unos meses, que también se quería ir al campo pero no tenía
con quien, me había invitado pero no acepte. Ni loca, voy con ella a ningún
lado y menos al campo, y si me llegara a pasar algo, ¿para dónde corro?
Julián
no había probado la tarta, solo hablo de él, cada tanto me daba me tomaba la
mano, se había ido sin probar bocado. Me prometió volver antes de irse. Le dije
que esperaría con ganas su próxima visita.
Cuando
viene, siento un montón de cosas. Y cuando se va no. Me acostumbré con el
tiempo.
Al principio, lloraba como cuando mi mamá me
dejaba en casa de mis abuelos a las 5am. Ella me sacaba dormida de la cama y
entre frazadas me llevaba en brazos a la casa de ellos. En cuanto me acomodaba
en la cama de mi tía, yo me despertaba llorando
a los gritos desconsoladamente pidiéndole que no me abandonara. Esas palabras me
acompañaron toda la vida. Aunque hoy las recuerdo menos que ayer.
Aprendí
a disfrutar más las bienvenidas que las despedidas, a soltarlas rápido para no
extrañar.
La
de al lado, otra vez grita. Me levanto y golpeo la pared, pidiéndole un poco de
calma. No para y yo no me puedo poner nerviosa a esta altura. Vuelvo a
concentrarme en el cantar de los grillos, siguen ahí. Me pregunto si no podrán
ser ranas o sapos, los que acompañen a la orquesta.
Hace
seis años que los insectos son mi compañía. Hasta con las cucarachas entable
una relación.
Cuando
llegué, los primeros días dormí bien; el cansancio fue responsable. Después desapareció y empecé con problemas de
insomnio. La primera noche fue dura y en cuanto logré cerrar los ojos más de
treinta segundos sin miedo y con sueño, sentí un pinchazo en la panza. Me moví
de un lado a otro de la cama, hice mucho ruido. Tenía una cucaracha picándome
la carne.
La
corrí rápido, cayó al piso del lado que no hay pared, me acerqué y la mate. Le
pegué muchas veces, le dije cosas horribles, insistí hasta que la vi y ya
estaba destrozada, toda rota y seca. No sé cuánto tiempo estuve haciendo eso,
supongo que bastante.
Por
los ruidos se acercaron las enfermeras, me sacaron de la mano izquierda, la
zapatilla con la que maté a la cucaracha. Me contuvieron, estaba muy nerviosa y
asustada por mi comportamiento. Hace bastante que no reaccionaba así y menos
con un bicho.
Nunca
antes había matado a un insecto. Mamá siempre dijo que nunca lo hiciera, porque
ellas tampoco me quitarían la vida, si pudieran. ¿Cómo iba a sacarles la vida?
Crecí
sin quitarle la vida a nada, mientras mis amigas si lo hacían. Carla tenía una
obsesión con las hormigas. Pasaba toda la tarde después del colegio en el
patio, tirada en el pasto viendo el comportamiento de ellas. Se acostaba boca
abajo y las aplastaba con el dedo índice de la mano derecha. Una vez hablamos y
le pregunté porque lo hacía. Me respondió que no sabía porque solo le gustaba
el poder. Saber que podía hacerlo y solo lo hacía.
Pasó
un año. Julián no volvió de la última vez, supongo que se olvidó de visitar a
la única persona que le quedaba en la ciudad. No lo culpo…
Imagino
que el bebe debe tener unos meses, casi un año. No recuerdo bien las fechas,
siempre fui así. Pienso en él, en su bienvenida…me alegra que esté allá, ojalá
crezca sin la necesidad de que sus padres lo dejen desde temprano en casa de
sus abuelos, llorando y pidiendo no estar ahí. Me tranquiliza que cuando sea un
poco más grande, tenga el Rio Quilpo cerca para vivir sus propias aventuras y
ver por si mismo, el mismo cielo que alguna vez, hizo muy feliz a muchas
personas, una de ellas, yo.
Berenice
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