“Dos iguales no existen, salvo que…
No importa, no existen”
Todos se despidieron con un beso en la mejilla
izquierda por una cuestión de “comodidad”. Ella se acercó a él, le dio un
abrazo y él se dejó. Como si fueran conocidos desde hace mucho tiempo se apretaron y despidieron también con un beso en la mejilla.
Los caminos se abrieron para todos.
El cielo estaba nublado pero el sol fuerte como
un león que rugía rayos de sol. La ciudad calurosa con la humedad que la caracteriza y el asfalto caliente, movieron los pies de Luisa hasta la
parada de colectivos. Para ello, debió cruzar dos calles y esperar bajo un techo
oxidado.
Tenía una sonrisa pegada con abrazo en su
rostro.
Unos días antes, ellos hablaron de una
película, él se la recomendó. Ella la vio, le gustó, lloró y recordó algunas de
las palabras que repetía él; que ahora entendía de donde venían y que sentido tenían.
Luisa, señalizó al colectivero para que se
detuviera, cuando movió el cuerpo para levantar el brazo derecho sintió que
algo estaba por caer de allí, revisó su mochila pero estaba sostenida en el
frente; debió ser solo una tonta impresión que la distrajo diez segundos, en
los que, la señora que estaba detrás de ella en la fila, subió primero. Respiró
profundo y subió tras ella. Solía indignarse largo tiempo por actitudes como
estas.
Apoyó la cabeza sobre el marco de la
ventanilla, abrió todo lo que pudo, para que todo el aire entrara. Buscó en su
mochila los auriculares, eligió el disco Grandes Éxitos de Ella Fitzgerald y el volumen apropiado para viajar y cerrar
los ojos.
La sensación de subir a esa autopista siempre
fue para ella algo sensacional. Había algo más. Sintió entre sus brazos algo
pesado pero delicado como el cristal. Llevaba consigo el abrazo que se habían dado con él un rato antes.
Se preguntaba si solo se lo había dado y nada más, o
si se lo había robado. Dudo tanto hasta que pudo entender, que solo lo tenía con ella
y que debía aprovecharlo. Todos saben que en estos tiempos, los abrazos quedan
pendientes como los viajes y varias cosas de la vida moderna.
El cielo se había despejado parcialmente. Por
la autopista a mucha velocidad; Luisa se animó a seguir, cerró los ojos y pensó
que quizás era el abrazo que tenía en sus brazos una excusa para sacarlo a
pasear y que éste sin saber cómo, volvería a casa.
Sol, viento fuerte, boca cerrada, nariz
escondida y ella que sentía que tanto aire iba a matarla. A través de sus ojos
como un caleidoscopio, un rayo de sol jugaba y ella veía manchas, figuras
diminutas, extrañas e inquietas. Por momentos el fondo era rojo infierno y las
“cosas” negras, por otros negro y las rarezas grises. También variaban con el
naranja: todos estos colores y formas que dependían de la intensidad de la luz
del sol.
El colectivo bajó la velocidad, cambió el
camino, salieron de la autopista. Ella estuvo todo ese tiempo, abrazada al
abrazo que sin querer sacó a pasear.
Abrió los ojos, una nube negra se lo llevó. Luisa sin ninguna advertencia, quedó sola pero no triste.
Quedaba más viaje pero ya no habría más autopista, ni sol.
Suspiró, dejó la ventana igual, volvió a cerrar los ojos
y durmió el último tramo abrazada a su mochila.
Berenice
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAcabo de escribir un comentario que se borró... decía algo sobre que nadie comenta los blogs. Pero lo importante para mi era decir que me pone feliz que una amiga escriba y comparta lo que escribe, que nos haga pensar y sentir que los abrazos son seres inmateriales tan importantes como el sol y sus rayos. Y además me pone contento saber que existe este blog, en el que los pensamientos y sentimientos se hacen algo propio en la palabra y a la vez de todxs en la publicación. Un abrazo de primavera.
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